miércoles, 9 de junio de 2010

Muchas veces la monotonía, por mucho que la odies, acaba siendo lo que mueve tu día a día. Independientemente de lo que yo luchara contra la insípida rutina, todo volvía siempre al mismo punto.

Y de repente, sin ni siquiera dar tiempo para la asimilación, aparece de nuevo la vieja y añorada sensación. Puede durar unas horas, unos días, unas semanas, o convertirse en años, como sucedió la última vez.

Algo que puede terminar como una simple anécdota más del mes de junio de 2010 o como una realidad que se convierta en el punto de inflexión de una nueva etapa. De momento, me hace sentirme viva, salir del círculo vicioso que me tenía atrapada y saborear un poco más los matices de los acontecimientos.

Pero todo esto no implica que desprecie la otra sensación, que en no pocos momentos pasa por la mente. Querer y no poder; sufrir, pero seguir; querer y querer finiquitar.

El miedo a que el presente se convierta en un futuro pasado: ese miedo nunca desaparecerá.

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